19 ene 2008

"Reinas y princesas del Renacimiento a la Ilustración"

¿Qué suponía ser reina en la Europa de ayer, desde el Renacimiento hasta Siglo de las Luces?  
Eran foco de atenión en celebraciones suntuosas, como las bodas de Viena en 1515, o en el intercambio de las princesas en el Bidasoa, en 1615, entre Ana de Austria e Isabel de Borbón; adornaron las fiestas de Amiens cuando Enriqueta de Francia fue a casarse con Carlos I de Inglaterra… etcétera.  
Festividades, trajes de gala, cacerías reales, óperas… Una vdida de colorines, apariencia y glamur. Sin duda.
Pero ser princesa, sobre todo si era casadera, también equivalía y en cierto modo lo sigue equivaliendo, a ser un peón en el tablero de la política europea.  
Las princesas eran --a veces todavía lo son, aunque más disimuladamente-- moneda de cambio; para lo que eran propuestas, prometidas, negociadas, enviadas a tierras extrañas, arrebatadas apenas núbiles a su infancia para satisfacer las exigencias de la dinastía propia o de una ajena más poderosa. Eran sometidas al acoso procreador de un marido que a menudo es un primo hermano o un tío para abastecer a la dinastía de hijos e hijas casaderos, con demasiada frecuencia sin éxito. La mitad de ellas muere antes de los treinta años de edad.
En suma, una triste sucesión de vidas trágicas, donde la única posibilidad de libertad era enviudar. La viudedad era un segundo nacimiento, pues constituía una oportunidad de vivir para mujeres sojuzgadas por haber alcanzado el poder. Paradójico pero cierto. Sólo una vez viudas demostraban su talento, si lo tenían, claro...  
Bartolomé Bennasar lo expone con rigor y aunque evita el morbo, la vida de demasiadas princesas fue una pesadilla propicia para escribir un lacrimógeno folletín.  
Edita PAIDÓS

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